¿Fruta congelada? Entre la nutrición, la sostenibilidad y el marketing.
- Lini Alvarez
- 10 sept
- 5 Min. de lectura
Una de las dudas más comunes al comprar alimentos congelados como fruta o verdura, es si realmente sustituyen su versión convencional o si pierde propiedades nutritivas.
La buena noticia es que estos alimentos en presentación congelada, especialmente por proceso industrial, conservan la mayoría de sus nutrientes, incluyendo vitaminas, minerales y fibra. De hecho, muchas veces su versión congelada puede ser incluso más nutritiva que la fruta fresca que podemos encontrar en el supermercado, la cual pudo haber estado varios días almacenada o haya tenido un largo viaje en transporte (incluyendo algunas etiquetadas BIO que vengan de la otra esquina del mundo).
Aunque exista discrepancia sobre la concentración de algunos nutrientes muy sensibles, como ciertas vitaminas del grupo B y la vitamina C, que puedan perderse tras la congelación y el almacenamiento prolongado, estas pérdidas suelen ser mínimas y los alimentos congelados sigue siendo una fuente excelente de nutrientes.
Curiosamente en las últimas semanas de este verano, la cadena de supermercados española Mercadona ha presentado una interesante novedad: un producto congelado mixto de fresas y plátanos listo para usar, pensado para quienes buscan preparar batidos, snacks saludables o añadir fruta natural a su día a día sin complicaciones. El precio ronda los 2,75 € por 450 gramos, coste que puede parecer algo elevado comparado con la fruta fresca, pero que viene con una propuesta de valor muy concreta: unirse a su amplia gama de congelados.

Lanzamiento que respeta una fecha concreta en época de calor, por el aumento en la escasez de congelados unido a la alta demanda para la realización de numerosas recetas.
Pero, ¿merece la pena comprar este tipo de productos o es mejor optar por preparar tu propia fruta congelada en casa?. Vamos a comprobarlo.
¿Qué ventajas tiene preparar tu propia fruta congelada?
Comprar fruta fresca en temporada y congelarla en casa suele ser más económico. Además, tienes control absoluto sobre la selección de la fruta: su madurez, variedad, tamaño y mezcla. Esto te permite adaptar la fruta congelada a tus gustos y necesidades.
Sin embargo, preparar fruta congelada en casa también implica varios retos:

Tiempo y esfuerzo: lavar, pelar, cortar y congelar la fruta requiere dedicación y planificación.
Riesgo de mala conservación: la congelación doméstica, si no se realiza rápidamente o con envases adecuados, puede afectar la calidad, provocando oxidación o pérdida de textura.
Menor duración: los congeladores domésticos pueden ser un inconveniente porque generalmente no alcanzan la eficacia de la congelación industrial para mantener la fruta con sabor y textura óptimos a largo plazo.
Espacio en congelador: dependes totalmente del especio y de cuánto congeles.
¿Qué aporta el producto congelado?
Al tenerlo listo para el consumo existen varias ventajas que justifican su precio:
Congelación ultrarrápida industrial: este método conserva mejor la textura, el sabor y el valor nutricional que la congelación casera convencional. Evita la formación de cristales grandes de hielo que pueden dañar las células de la fruta y ayuda a mantener la textura y los nutrientes intactos.
Punto óptimo de cosecha: La fruta destinada a congelación suele recogerse en su punto óptimo de madurez y se procesa inmediatamente.
Menor tiempo de almacenamiento: La fruta fresca en supermercados a veces lleva días o semanas desde su recolección, perdiendo algunas vitaminas sensibles, como la vitamina C.
Comodidad y rapidez: el producto viene listo para usar, sin necesidad de pelar o cortar, perfecto para quienes disponen de poco tiempo.
Reducción del desperdicio: La industria aprovecha la fruta madura o con imperfecciones, que de otra manera se desperdiciaría, contribuyendo a la sostenibilidad. Lo mismo pasa en casa, evitas tirar restos innecesarios.
Gama saludable ampliada: responde a la demanda creciente de productos rápidos y saludables. Se adapta a cualquier horario de consumo y numerosas recetas.
Por otro lado, he de recordar que el alto precio en comparación con la fruta de temporada no incluye solo la fruta, sino también el procesamiento, el envasado, el transporte y la garantía de calidad y seguridad alimentaria. Proceso que pone en alerta a muchos consumidores en cuanto a su impacto ambiental.
¿Qué pasa con la sostenibilidad ambiental?
Aunque tengamos numerosas ventajas para aprovecharnos de las frutas y verduras congeladas, no hay que dejar de lado la inquietud que genera el proceso industrial a nivel de sostenibilidad.
Lo cierto es que los alimentos congelados aunque ayudan a reducir las pérdidas desde la producción hasta el consumidor final y evitan deterioros tempranos en la cadena. La FAO advierte que la expansión de los procesos actuales de congelación ultrarrápida industrial podría incrementar significativamente las emisiones de las cadenas de frío, lo que subraya la urgencia de mejorar la eficiencia, utilizar refrigerantes de bajo impacto y apostar por energías renovables (1).
Este fenómeno se explica principalmente por la evidencia que identifica a los procesos de congelación, almacenamiento, diseño de envases y transporte como factores determinantes en la huella ambiental (2,3). No obstante, la urgencia de abordarlo se fundamenta en la constatación de que la conservación mediante congelación permite optimizar el aprovechamiento de los alimentos por parte de los consumidores y mitigar uno de los principales retos actuales: el desperdicio alimentario en el ámbito doméstico.
Un estudio en Austria con 2.800 hogares encontró que la fruta fresca genera aproximadamente un 6,2 % de desperdicio, mientras que la fruta congelada solo un 0,6 %, casi diez veces menos. Mostrando una reducción del 47 % en el desperdicio alimentario doméstico de productos congelados en comparación con los productos frescos (4).

Cabe señalar que, aunque la conservación mediante congelación es efectiva, no es la única opción para reducir el desperdicio alimentario. Las causas de las pérdidas de alimentos en los países de ingresos bajos están principalmente relacionadas con las limitaciones económicas, técnicas y de gestión de aprovechamiento, las instalaciones para el almacenamiento y la refrigeración en condiciones climáticas difíciles, la infraestructura, el envasado y los sistemas de comercialización.
Ahora, ¿Cuál es la mejor opción para ti?.
Si tienes tiempo, espacio y disfrutas preparando tu comida, congelar fruta fresca en casa puede ser una opción más económica y personalizada, siempre que el consumo sea frecuente. Además, de esta forma aprovechas la estacionalidad de ciertas variedades.
Pero si buscas comodidad, garantía de calidad y textura óptima, el producto congelado puede ser una buena inversión para tu rutina diaria.
En todo caso, la idea es que aumentes el consumo de fruta sobretodo en su formato entera para beneficiarse de todas las ventajas nutricionales que aporta.
Y sobre todo tener en cuenta que aunque la fruta congelada puede ser una aliada práctica y sostenible, existe una estrategia detrás de su promoción. En algunos mercados puede presentarse como un lujo práctico, sobre todo cuando se trata de açaí, mango o frutos rojos, que no siempre están disponibles frescos o en caso de estarlos tiene un elevado precio.
Cuestión que genera un deseo o pensamiento de falta de nutrientes por la promoción que lo acompaña. La clave está en diferenciar entre lo que realmente necesitamos y lo que se nos hace ver como imprescindible.
Referencias:
UNEP, FAO. Food Cold Chains: Opportunities, Challenges and the Way Forward [Internet]. Nairobi, Roma: FAO; 2022 [consultado 10 agosto 2025]. Disponible en: https://doi.org/10.4060/cc0923en
Ríos B, Rivas P, Estrada A, et al. Life cycle assessment of frozen broccoli processing: Environmental mitigation scenarios. PCS. 2022; 32(1): 27-34.
Du Plessis M, Van Eeden J, Goedhals-Gerber L. Energy and emissions: Comparing short and long fruit cold chains. Heliyon. 2024;10(11): e32507.
Wayne M, Walter S. The impact of food preservation on food waste. British Food Journal. 2017; 119(12): 2510–2518
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